La obra que el lector tiene entre sus manos participa tanto de las formas de la narrativa como de la investigación histórica. Las páginas que pueden incluirse en la primera categoría corresponden a los capítulos I, III y IV. Resulta sorprendente que el contenido del último de ellos, “En Londres, abril de 1982”, no se haya difundido hasta ahora.
En ese capítulo se demuestra que hubo entonces un argentino que llevó adelante funciones que pueden considerarse mediadoras o incluso diplomáticas, en un momento en que las relaciones estaban interrumpidas y el país se encontraba prácticamente en estado de guerra. El lector podrá juzgar por sí mismo aquellas gestiones: si se limita a evaluar los resultados desde una perspectiva pragmática, tal vez concluya que fueron un fracaso. Si, en cambio, ve en ellas la búsqueda de posibilidades, pensará que fue una lástima que no hayan llegado a buen término. Lo cierto es que llama la atención que no se les haya otorgado mayor relevancia.
Los anexos incorporados al libro muestran que tanto Rosas como Sarmiento —los dos polos del pensamiento político argentino tradicional— se ocuparon de nuestras islas y compartieron ideas similares sobre ellas. El expediente reflejado en el capítulo II, que el propio autor considera algo tedioso, podría haber sido incluido entre los anexos; sin embargo, al incorporarlo al cuerpo principal del texto, el autor ha querido darle una importancia mayor, ya que los anexos suelen ser pasados por alto. En esta ocasión, conviene no hacerlo.
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