AL FARO

La gran casa solariega a orillas del mar. A lo lejos, el faro que se alza sobre un rocoso islote. Un faro que parece llamar, que se diría que es una meta, una finalidad. Tal es el escenario. Toda la familia sueña con hacer una visita al faro. Las muy dispares vidas tienen este propósito común, un punto concreto hacia el que convergen sus aspiraciones. Tal es el leitmotiv, el auténtico “motivo conductor” de la obra. Con estos elementos básicos, Virginia Woolf despliega sus extraordinarias dotes de narradora y, con consumada técnica, nos hace entrar en las existencias humanas que componen la actual generación de la familia. Cada una de estas existencias es una patética suma de propósitos y ensoñaciones, aciertos y desaciertos, recuerdos gratos y amargos, ilusiones y miedos, un conflicto permanentemente condicionado por el medio, por esas cosas inanimadas que nos moldean, que “sentimos que nos expresan, que se convierten en nosotros mismos”. Como si fuera una resultante común de factores tan complejos, todos cifran su esperanza en la visita al faro. Allá, a lo lejos, atrae de día con sus airosas líneas y de noche con sus misteriosos destellos. Y Al faro, con su hondo simbolismo, se convierte así en una novela de excepción, en esa obra que ha consagrado a la autora como una de las más destacadas figuras de la novelística contemporánea.